lunes, 20 de septiembre de 2010

tobellino de ideas Que viste Que vistes

¿Qué viste? ¿Qué vistes? Visto santos y desvisto vírgenes
Visto y considerando. Vístulas. Vestíbulos Vestigios de vestidos y vetustos vestuarios.

¿Qué has visto? Ver y vestir. En el ver está el vestir. Me visto sin ser visto y me desvisto de imprevisto.
Visto con elegancia bizantina. La catedral de Bellavista.
El turista llega a Bellavista. Pregunta al guía local cuál es el sitio más típico del lugar.
- El observatorio – replica sin dudar el guía.

¡Salí, con esa facha no te puedo ver! ¡Andá a cambiarte, querés! No sabés elegir el vestuario.
¿Querés que te vean así, hecho un zaparrastro, un rastro de zapa?
Imprevisto – Previsto – Prevestido – Imprevestido.
De repente entró Basón. Lucía por completo imprevestido. Los invitados, en sus trajes de etiqueta, contemplaron embelezados su atuendo, no del todo convencidos si se trataba de una provocación, de un manifiesto de costura media-baja o de una pérdida de cordura.

Alta Costura – Alta Cordura. ¿Dentro de que segmento de costura se incluiría? Costura alta, media alta, media media, media baja, media en decadencia o baja.
Si la ropa que viste que visto me queda bien, si las costuras no se ven, si no chingan, es alta. Chinga costura, cabrón. Signo de baja.
Veo cómo visto. Veo como visto, visto como veo. Tal como veo, visto. Tal reveo, tal revisto. Tal desvisto, tal deveo. (Del verbo dever, ejercitar la devisión)
Destino – desatino. Con buen tino y mal destino.
Vestuario – santuario. Doblan las campanas en la catedral de la costura.
Los altos costureros desdeñan los pantalones de tiro bajo.
Sastre, sastra, costurera, cortadora y confeccionista.
Desastre, astre. Encastre y desencastre. Encanto y desencanto. El desencanto del sastre.

Ando corto de vista, corto de guita, corto de vestuario. Recortes de vestuario. Vestuario hecho de recortes. Arlequín. Sábanas hechas de retazos.
Visto ropas hechas de recortes. Veo entrecortado, borroso. Amalia dice que se ven las costuras y no me doy cuenta. Reitera que no es elegante.
Premisa: que no se vean las costuras.
Manifiesto de la baja costura: Que se vean todas las costuras. Que haya costuras a la vista, incluso donde no sean necesarias, ni prácticas.
¡Costureras, a las costuras! ¡Basta de ser las anónimas trabajadoras de los diseñadores!
Orgullo de clase

lunes, 26 de julio de 2010

El soldado escribe más de mil palabras por día y el capitán cree que enloqueció a causa de los estallidos de morteros que se oyen a toda hora. Soldado Nabo es el único que está cursando la universidad y todos los oficiales de ese regimiento de la provincia de Misiones lo quieren como escribiente, así pueden ver a un estudiante de cerca y - si se deja -conversar con él. Los compañeros caen como gatos. El ejército brasileño no deja nunca de bombardear, se vieron todas las películas de Vietnam y saben cómo enloquecer al enemigo con tácticas de la guerra psicológica. De a ratos se oyen altoparlantes que difunden cancioncitas en contra del Mercosur. Nuestro Soldado Nabo se refugia en la Pc, así como antes lo hizo en el PC. A causa de esa militancia fue a parar a tal regimiento, ya que el amigo que lo acomodó en la Dirección de Gimnasia y Tiro nada sabía de dicha militancia, y en cuanto Inteligencia encontró el prontuario de Nabo se lo hizo saber a los superiores del Amigo de Nabo (llamémoslo Hache) y le dieron (a Hache) una soberana patada en e! orto que creo que hoy día le sigue doliendo. De tal forma que los huesos de Nabo y toda su carne dieron en e! regimiento 30 de Infantería. Grande fue la sorpresa al comprobar que era judío y no atinaban a pronunciar su nombre (no comentemos nada del apellido) Apenas si los suboficiales de este tal 30 de infantería sabían qué carajos era una universidad, con sus cabezas cargadas de prejuicios que en arduas tardes los curitas castrenses se encargaron de cultivar. Así pues, los suboficiales entraban en profundas crisis y no sabían si su deber era asesinarlo por traidor a ta patria Heno de ideas foráneas o admirarlo Soldado Nabo se percató del peligro latente que lo amenazaba, pero también notó el efecto hipnótico que tenían sus palabras sobre estos simples y por las noches empezó con las historias.
Con cuánto gusto observó el asombro en los rostros al oír tas cosas que suceden en la ciudad.
De ahí a recordar la leyenda de Scherezade apenas si había un paso pero el casino de oficiales (ai que nuestro amigo tenía acceso por ser universitario y por ser el único que podía usar la Pc antedicha) carecía de biblioteca. Entonces decidió hacer uso de las historias increíbles que contaban los corredores que visitaban el comercio de su padre y las volcó al papel. El éxito no se hizo esperar y todo el milicaje prorrogaba la ejecución del impío de ideas ajenas al sentir nacional para una jornada más idónea y se cebaban en las historias al calor de los amargos.
Los menos tímidos de estos hombres no tardaron en integrarse a la rueda de narraciones refiriendo sucesos de sus pagos y de sus distintas niñeces; ni el regimiento en transformarse en un jardín que cultivaba las historias.
Los menos suspicaces lo bautizaron Jardín de Infantería 30 y poco a poco los oficiales se desencantaron de las armas. Ya se sabe que la reflexión es enemiga de la guerra.
Al regimiento tuvieron que cerrarlo o trasladarlo, no recuerdo bien.

sábado, 6 de febrero de 2010

Nestor el ordenanza


Néstor, el ordenanza, anda con su carrito de limpieza, que tiene dos cubos de distintos tamaños. Lleva un guardapolvo amarillo y uno verde, que cambia según qué tenga que limpiar. También lleva guantes de goma y de trabajo, y botas de goma, además del calzado habitual.

Todo eso da al carrito un aspecto muy pintoresco, que se ve como una especie de vestuario ambulante.

Mide 1.85 o 1.90. Lleva su abundante cabello casi albino medianamente corto y completamente revuelto. Detalle curioso, sus cejas y pestañas son rojizas.

Tiene un singularísimo pantalón matelasseado con rombos muy pequeños, que le llega casi hasta la barriga y que sujeta con tiradores, parecido a los que usan los que trabajan en altos hornos o en fundiciones.

Néstor se mueve despacio y limpia despacio. La gente de la municipalidad está tan acostumbrada a él que no reparan en su presencia.


-¿Lo viste a Néstor?

-¿A quién?

-A Néstor, el ordenanza...

-Ahh, si... ¿Qué tiene?

-Me habló.

El silencio se prolonga hasta que Mabel ve lágrimas en los ojos de Betty.

-¿Qué te dijo? ¿Te ofendió?

-¡No! ¡Al contrario!

Betty enmudece otra vez. Las lágrimas le corren el maquillaje. Mabel le alcanza un tissue que lleva en su cartera . Le toma la mano y con un gesto le pide que cuente.

-Me sorprendió. Yo creía que tenía que limpiar el piso o algo porque estaba parado cerca mío pero no tanto como para que me crea que me iba a hablar-

Hacia las ultimas palabras la voz de Mabel se quiebra.

-¿Qué te dijo, Mabel? ¡Por Dios!

-Se distingue en usted a una persona sensible y ubicua. Es una tontería que deba sufrir por el amor de un miserable.

Betty no sabe qué decir después de oír la frase.

-Enseguida agregó que al él le gusta mirar cosas primero con un ojo y después con el otro, guiñandolos alternativamente y me dijo Se dio cuenta cómo los colores cambian levemente si mira con esa técnica y aunque estemos quietos pareciera que las cosas pegan como un salto. Me dijo que para él la quietud es una ilusión, que todo está en permanente movimiento, y que tiene un trabajo que le permite observar todo lo que le viene en gana, y que mirar con uno y otro ojo es como decirse a uno mismo Fíjese que su punto de vista es válido pero no el único posible y que le gusta pensar que Dios nos dio esa posibilidad y está en nosotros usarla y que sería lindo que yo pensara si valía la pena llorar por un hombre así.

Betty escucha el relato y piensa cómo hubiera reaccionado ella y no se le ocurre nada. Está vacía de consejos, de soluciones, de comentarios.

- Cuando vio que lagrimeaba se me acercó despacito y apenas me acarició la mejilla con esos dedazos. - Mabel revive el momento y el labio inferior le empieza a temblar. A Betty no se le escapa el movimiento. Simpatiza con la emoción de Mabel, su labio también.

-Me abrazó. Despacito. Cuando me dí cuenta estaba hecha un torrente de lágrimas y él me las enjuagaba.

Ahí empecé a contarle quien fue ese tipo. No podía parar de hablarle. Un rato más tarde caí en la cuenta de que le estaba contando viejos problemas de familia, miedos de infancia, frustraciones laborales... Después pasó el trapo de piso con fruición alrededor mío y me dijo Vea que chiste zonzo que le hice.


sábado, 2 de enero de 2010

Café Bar

Uriel busca sentarse en un café, busca un equivalente del bar, busca pertenecer al espacio urbano.

Ve una ilustración de una taza de café en un centro comercial y se queda observándola.

- Estoy viejo – piensa. - Me saltan a la vista cosas que a muchísima gente no le dicen nada. Ese humo del café arreglado por computadora, esos brillos de la taza no fotografiados sino photoshopeados.- Y sin embargo mira el cartel con la taza descomunal y no se puede mover. Cómo le gustaba, allá, cuando todavía no era Uriel Bar Lev, tomarse un cafecito al mostrador sólo para rodearse de esa atmósfera, oir los tac tac tac del tipo que carga el filtro en la máquina moledora y después lo ajusta a la express; luego el fshhhhh del café que se hace en tres segundos y si lo pediste cortado el phuuuushh de la jarrita con apenas leche que se espuma en el cañito de vapor de agua.

La señora que vende café y helados y globos y refrescos y lotería en el centro comercial, justito al lado de la escalera mecánica, también tiene una máquina express. En la parte de arriba, donde en el terruño sabía ver las tacitas blancas dadas vuelta que se mantienen siempre tibias, la rubia entubada en un jean que le hace pensar a Bar Lev la consigna Liberar a los oprimidos tiene esas tazas de vidrio standard pero no standard de bar, sino las mismas que él tiene en su casa porque son las más baratas.

Pide un capuchino y se pregunta cómo logrará la entubada preparárselo con esa decena de uñas decoradas que dificultan cualquier tarea manual. La rubia está muy canchera y le sirve el pedido en vaso de cartón encerado. -No me preguntó si lo tomo acá o me lo llevo– se enojó Uriel, pero para la chacinada mujer la pregunta es ridícula. Echa azúcar y revuelve con un palito de plástico.

Cuando le servían el feca, le traían un vasito de agua y varias veces un ¿cómo se llamaba, la pucha, el coso ese con forma de tetita que me tragaba en un segundo? Siempre tenían un delantal o algún uniforme, los gallegos eran muy prolijos en ese aspecto. Le agregaba mística, respeto al gremio. Ninguno tenía uñas esculpidas y si les sobraban carnes no las andaban embutiendo en ropas, había una dignidad.

Las veces que sabían prepararlo Uriel lo saboreaba amargo, recuerda mientras vacía el tercer tubito de azúcar en el brebaje para poder pasarlo.

Amarettis, se llamaban.