lunes, 26 de julio de 2010

El soldado escribe más de mil palabras por día y el capitán cree que enloqueció a causa de los estallidos de morteros que se oyen a toda hora. Soldado Nabo es el único que está cursando la universidad y todos los oficiales de ese regimiento de la provincia de Misiones lo quieren como escribiente, así pueden ver a un estudiante de cerca y - si se deja -conversar con él. Los compañeros caen como gatos. El ejército brasileño no deja nunca de bombardear, se vieron todas las películas de Vietnam y saben cómo enloquecer al enemigo con tácticas de la guerra psicológica. De a ratos se oyen altoparlantes que difunden cancioncitas en contra del Mercosur. Nuestro Soldado Nabo se refugia en la Pc, así como antes lo hizo en el PC. A causa de esa militancia fue a parar a tal regimiento, ya que el amigo que lo acomodó en la Dirección de Gimnasia y Tiro nada sabía de dicha militancia, y en cuanto Inteligencia encontró el prontuario de Nabo se lo hizo saber a los superiores del Amigo de Nabo (llamémoslo Hache) y le dieron (a Hache) una soberana patada en e! orto que creo que hoy día le sigue doliendo. De tal forma que los huesos de Nabo y toda su carne dieron en e! regimiento 30 de Infantería. Grande fue la sorpresa al comprobar que era judío y no atinaban a pronunciar su nombre (no comentemos nada del apellido) Apenas si los suboficiales de este tal 30 de infantería sabían qué carajos era una universidad, con sus cabezas cargadas de prejuicios que en arduas tardes los curitas castrenses se encargaron de cultivar. Así pues, los suboficiales entraban en profundas crisis y no sabían si su deber era asesinarlo por traidor a ta patria Heno de ideas foráneas o admirarlo Soldado Nabo se percató del peligro latente que lo amenazaba, pero también notó el efecto hipnótico que tenían sus palabras sobre estos simples y por las noches empezó con las historias.
Con cuánto gusto observó el asombro en los rostros al oír tas cosas que suceden en la ciudad.
De ahí a recordar la leyenda de Scherezade apenas si había un paso pero el casino de oficiales (ai que nuestro amigo tenía acceso por ser universitario y por ser el único que podía usar la Pc antedicha) carecía de biblioteca. Entonces decidió hacer uso de las historias increíbles que contaban los corredores que visitaban el comercio de su padre y las volcó al papel. El éxito no se hizo esperar y todo el milicaje prorrogaba la ejecución del impío de ideas ajenas al sentir nacional para una jornada más idónea y se cebaban en las historias al calor de los amargos.
Los menos tímidos de estos hombres no tardaron en integrarse a la rueda de narraciones refiriendo sucesos de sus pagos y de sus distintas niñeces; ni el regimiento en transformarse en un jardín que cultivaba las historias.
Los menos suspicaces lo bautizaron Jardín de Infantería 30 y poco a poco los oficiales se desencantaron de las armas. Ya se sabe que la reflexión es enemiga de la guerra.
Al regimiento tuvieron que cerrarlo o trasladarlo, no recuerdo bien.